martedì 2 luglio 2013

La lettera del cardinale Bergoglio (Papa Francesco) per l'Anno della fede (ESP./ITA)




(testo originale con ampia traduzione italiana)

Queridos hermanos:
Entre las experiencias más fuertes de las últimas décadas está la de encontrar puertas cerradas. La creciente inseguridad fue llevando, poco a poco, a trabar puertas, poner medios de vigilancia, cámaras de seguridad, desconfiar del extraño que llama a nuestra puerta. Sin embargo, todavía en algunos pueblos hay puertas que están abiertas. La puerta cerrada es todo un símbolo de este hoy. Es algo más que un simple dato sociológico; es una  realidad existencial que va marcando un estilo de vida, un modo de pararse frente a la realidad, frente a los otros, frente al futuro. La puerta cerrada de mi casa, que es el lugar de mi intimidad, de mis sueños, mis esperanzas y sufrimientos así como de mis alegrías, está cerrada para los otros. Y no se trata sólo de mi casa material, es también el recinto de mi vida, mi corazón.  Son cada vez menos los que pueden atravesar ese umbral. La seguridad de unas puertas blindadas custodia la inseguridad de una vida que se hace más frágil y menos permeable a las riquezas de la vida y del amor de los demás.
La imagen de una puerta abierta ha sido siempre el símbolo de luz, amistad, alegría, libertad, confianza. ¡Cuánto necesitamos recuperarlas! La puerta cerrada nos daña, nos anquilosa, nos separa.
Iniciamos el Año de la fe y paradójicamente la imagen que propone el Papa es la de la puerta, una puerta que hay que cruzar para poder encontrar lo que tanto nos falta. La Iglesia, a través de la voz y el corazón de Pastor de Benedicto XVI, nos invita a cruzar el umbral, a dar un paso de decisión interna y libre: animarnos a entrar a una nueva vida.
La puerta de la fe nos remite a los Hechos de los Apóstoles: “Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe” (Hechos 14,27).  Dios siempre toma la iniciativa y no quiere que nadie quede excluido. Dios  llama a la puerta de nuestros corazones: Mira, estoy a la puerta y llamo, si alguno escucha mi voz y abre la puerta entraré en su casa y cenaré con él, y él conmigo (Ap. 3, 20). La fe es una gracia, un regalo de Dios. “La fe sólo crece y se fortalece creyendo; en un abandono continuo  en las manos de un amor que se experimenta siempre como más grande porque tiene su origen en Dios”
Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida mientras avanzamos delante de tantas puertas que hoy en día se nos abren, muchas de ellas puertas falsas, puertas que invitan de manera muy atractiva pero mentirosa a tomar camino, que prometen una felicidad vacía, narcisista y con fecha de vencimiento; puertas que nos llevan a encrucijadas en las que, cualquiera sea la opción que sigamos, provocarán a corto o largo plazo angustia y desconcierto, puertas autorreferenciales que se agotan en sí mismas y sin garantía de futuro. Mientras las puertas de las casas están cerradas, las puertas de los shoppings están siempre abiertas. Se atraviesa la puerta de la fe, se cruza ese umbral, cuando la Palabra de Dios es anunciada y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Una gracia que lleva un nombre concreto, y ese nombre es Jesús. Jesús es la puerta.  (Juan 10:9)  “Él, y Él solo, es, y siempre será, la puerta. Nadie va al Padre sino por Él. (Jn. 14.6)” Si no hay Cristo, no hay camino a Dios. Como puerta nos abre el camino a Dios y como Buen Pastor  es el Único que cuida de nosotros al costo de su propia vida.
Jesús es la puerta y llama a nuestra puerta para que lo dejemos atravesar el umbral de nuestra vida. No tengan miedo… abran de par en par las puertas a Cristo nos decía el Beato Juan Pablo II al inicio de su pontificado. Abrir las puertas del corazón como lo hicieron los discípulos de Emaús, pidiéndole que se quede con nosotros para que podamos traspasar las puertas de la fe y el mismo Señor nos lleve a comprender las razones por las que se cree, para después salir a anunciarloLa fe supone decidirse a estar con el Señor para vivir con él y compartirlo con los hermanos.
Damos gracias a Dios por esta oportunidad de valorar nuestra vida de hijos de Dios, por  este  camino de fe que empezó en nuestra vida con las aguas del bautismo, el inagotable y fecundo rocío que nos hace hijos de Dios y miembros hermanos en la Iglesia. La meta, el destino o fin es el encuentro con Dios con quien ya hemos entrado en comunión y que quiere restaurarnos, purificarnos, elevarnos, santificarnos, y darnos la felicidad que anhela nuestro corazón.
Queremos dar gracias a Dios porque sembró en el corazón de nuestra Iglesia Arquidiocesana el deseo de contagiar y dar a manos abiertas este don del Bautismo. Este es el fruto de un largo camino iniciado con la pregunta ¿Cómo ser Iglesia en Buenos Aires? transitado por el camino del Estado de Asamblea para enraizarse en el Estado de Misión como opción pastoral permanente.
Iniciar este año de la fe es una nueva  llamada a ahondar en nuestra vida esa fe recibida. Profesar la fe con la boca implica vivirla en el corazón y mostrarla con las obras: un testimonio y un compromiso público. El discípulo de Cristo, hijo de la Iglesia, no puede pensar nunca que creer es un hecho privado. Desafío importante y fuerte para cada día, persuadidos de que el que comenzó en ustedes la buena obra la perfeccionará hasta el día, de  Jesucristo. (Fil.1:6) Mirando nuestra realidad, como discípulos misioneros, nos preguntamos: ¿a qué nos desafía cruzar el umbral de la fe?
Cruzar el umbral de la fe nos desafía a descubrir que si bien hoy parece que reina la muerte en sus variadas formas y que la historia se rige por la ley del más fuerte o astuto y si el odio y la ambición funcionan como motores de tantas luchas humanas, también estamos absolutamente convencidos de que esa triste realidad puede cambiar y debe cambiar, decididamente porque “si Dios está con nosotros ¿quién podrá contra nosotros? (Rom. 8:31,37)
Cruzar el umbral de la fe supone  no sentir vergüenza de tener un corazón de niño que, porque todavía cree en los imposibles, puede vivir en la esperanza: lo único capaz de dar sentido y transformar la historia. Es pedir sin cesar, orar sin desfallecer y adorar para que se nos transfigure la mirada.
Cruzar el umbral de la fe nos lleva a implorar para cada uno “los mismos sentimientos de Cristo Jesús” (Flp. 2, 5) experimentando así una manera nueva de pensar, de comunicarnos, de mirarnos, de respetarnos, de estar en familia, de plantearnos el futuro, de vivir el amor, y la vocación.
Cruzar el umbral de la fe es actuar, confiar en la fuerza del Espíritu Santo presente en la Iglesia y que también se manifiesta en los signos de los tiempos, es acompañar el constante movimiento de la vida y de la historia sin caer en el derrotismo paralizante de que todo tiempo pasado fue mejor; es urgencia por pensar de nuevo, aportar de nuevo, crear de nuevo, amasando la vida con “la nueva levadura de la  justicia y la santidad”. (1 Cor 5:8)
Cruzar el umbral de la fe implica tener ojos de asombro y un corazón no perezosamente acostumbrado, capaz de reconocer que cada vez que una mujer da a luz se sigue apostando a la vida y al futuro, que cuando cuidamos la inocencia de los chicos garantizamos la verdad de un mañana y cuando mimamos la vida entregada de un anciano hacemos un acto de justicia y acariciamos nuestras raíces.
Cruzar el umbral de la fe es el trabajo vivido con dignidad y vocación de servicio, con la abnegación del que vuelve una y otra vez a empezar sin aflojarle a la vida, como si todo lo ya hecho fuera sólo un paso en el camino hacia el reino,  plenitud de vida. Es la silenciosa espera después de la siembra cotidiana, contemplar el fruto recogido dando gracias al Señor porque es bueno y pidiendo que no abandone la obra de sus manos. (Sal 137)
Cruzar el umbral de la fe exige  luchar por la libertad y la convivencia aunque el entorno claudique, en la certeza de que el Señor nos pide practicar el derecho, amar la bondad, y caminar humildemente con nuestro Dios. ( Miqueas 6:8)
Cruzar el umbral de la fe entraña la permanente conversión de nuestras actitudes, los modos y los tonos con los que vivimos; reformular y no emparchar o barnizar, dar la nueva forma que imprime Jesucristo a aquello que es tocado por su mano y su evangelio de vida, animarnos a hacer algo inédito por la sociedad y por la Iglesia; porque “El que está en Cristo es una nueva criatura”. (2 Cor 5,17-21)
Cruzar el umbral de la fe nos lleva a  perdonar y saber arrancar una sonrisa, es acercarse a todo aquel que vive en la periferia existencial y llamarlo por su nombre, es cuidar las fragilidades de los más débiles y sostener sus rodillas vacilantes con la certeza de que lo que hacemos por el más pequeño de nuestros hermanos al mismo Jesús lo estamos haciendo. (Mt. 25, 40)
Cruzar el umbral de la fe supone celebrar la vida, dejarnos transformar porque nos hemos hecho uno con Jesús en la mesa de la eucaristía celebrada en comunidad, y de allí estar con  las manos y el corazón ocupados trabajando en el gran proyecto del Reino: todo lo demás nos será dado por añadidura. (Mt. 6.33)
Cruzar el umbral de la fe es vivir en el espíritu del Concilio y de Aparecida, Iglesia de puertas abiertas no sólo para recibir sino fundamentalmente para salir y llenar de evangelio la calle y la vida de los hombres de nuestros tiempo.
Cruzar el umbral de la fe para nuestra Iglesia Arquidiocesana, supone  sentirnos confirmados en la Misión de ser una Iglesia que vive, reza y trabaja en clave misionera.
Cruzar el umbral de la fe es, en definitiva, aceptar la novedad de la vida del Resucitado en nuestra pobre carne para hacerla signo de la vida nueva.
 Meditando todas estas cosas miremos a María, Que Ella, la Virgen Madre, nos acompañe en este cruzar el umbral de la fe y traiga sobre nuestra Iglesia en Buenos Aires el Espíritu Santo, como en Nazaret, para que igual que ella adoremos al Señor y salgamos a anunciar las maravillas que ha hecho en nosotros.

1 de Octubre de 2012
Fiesta de Santa Teresita del Niño Jesús
Card. Jorge Mario Bergoglio s.j.


*

Traduzione italiana
Iniziare questo anno della fede diventa una nuova chiamata ad approfondire nella nostra vita questa fede dataci in dono. Professare la fede con la bocca significa viverla nel nostro cuore e farla conoscere nelle opere; una testimonianza e un impegno pubblico. Il discepolo di Cristo, figlio della Chiesa, non può mai pensare che credere è un fatto privato. Tutt’altro, è una sfida importante e forte per ogni giorno, persuasi dal fatto che  Colui che ha incominciato in voi la buona opera la perfezionerà fino al giorno di Gesù Cristo (Fil 1,6). Guardando questa realtà, come discepoli missionari, ci domandiamo: quali sono le sfide da affrontare che ci propone il varcare la soglia della fede?

·         Varcare la soglia della fede ci sfida a scoprire che, -anche se oggi sembra che regni la morte nelle sue variate forme e che la storia si regge per la legge del più forte o del più furbo, e se l’odio e l’ambizione sono i motori di tante lotte umane-, siamo  convinti che questa triste realtà può mutarsi e deve mutare assolutamente perché se “Dio è con noi, chi potrà essere contro di noi? (Rom. 8:31-37).
·         Varcare la soglia della fede presuppone il non vergognarsi di avere un cuore di fanciullo che crede nell’impossibile, che può vivere nella speranza che è l’unica cosa che può dare senso e trasformare la storia. E’ altresì, chiedere in continuità, pregare senza stancarsi e adorare perché il nostro sguardo sia trasfigurato.
·         Varcare la soglia della fede ci porterà a supplicare perché ciascuno di noi abbia “gli stessi sentimenti di Cristo Gesù” (Fp. 2,5) sperimentando in questa maniera un nuovo modo di pensare, di comunicare, di guardare, di aver rispetto, di vivere in famiglia, di chiederci sul futuro, di vivere l’amore e la propria vocazione.
·         Varcare la soglia della fede è agire, fidarsi nella forza dello Spirito Santo presente nella Chiesa che si manifesta pure nei segni dei tempi, è accompagnare l’uomo nel costante sviluppo della vita e della storia senza cadere nelle sconfitte paralizzanti che stanno a segnalare che ogni tempo passato è meglio dell’attuale, quindi è urgente pensare di nuovo, apportare il nuovo, creare di nuovo, impastando la vita con il “nuovo lievito della giustizia e della santità” (1Cor 5, 8).
·         Varcare la soglia della fede significa avere occhi che si stupiscono e un cuore non abituato a reagire in modo pigro, ma che sa riconoscere,  ogni volta che una donna partorisce, una scommessa per la vita e per il futuro. Che quando curiamo l’innocenza dei bambini, si garantisce la verità del domani e quando accarezziamo la vita consumata di un anziano facciamo un atto di giustizia e accarezziamo le nostre radici.
·         Varcare la soglia della fede è il lavoro vissuto con dignità è la vocazione di servizio celebrata con l’abnegazione di chi ricomincia ancora una volta senza lasciar cadere le braccia, considerando che  tutto ciò che si è fatto, è ancora solo un passo sulla strada verso il regno, verso la pienezza di vita. E’ l’attesa silenziosa dopo la semina quotidiana, è il contemplare il frutto raccolto rendendo grazie al Signore perché è buono  e chiedendogli di non abbandonare mai l’opera delle sue mani (Sal 137).
·         Varcare la soglia della fede esige saper lottare per la libertà e la coesistenza anche se tutto crolla, nella consapevolezza che il Signore chiede di vivere il diritto, amare la bontà e camminare umilmente con il nostro Dio (Mi 6, 8).
·         Varcare la soglia della fede  ci porta alla continua conversione dei nostri atteggiamenti, dei nostri modi e tenori di vita, ci porta anche a riformulare e non a rattoppare o verniciare, ma a dare la nuova impronta che dà Gesù Cristo a chi è toccato dalla sua mano e dal suo Vangelo di vita, è anche rischiare nel fare qualcosa di inedito per la società e per la Chiesa; perché “chiunque è in Cristo è una nuova creatura” (2Cor 5, 17-21)-
·         Varcare la soglia della fede ci porta a perdonare e a saper strappare un sorriso, ad avvicinarsi a chiunque abita nella periferia esistenziale e chiamarlo per nome, è farsi carico delle fragilità dei più deboli, è sostenere le loro ginocchia vacillanti sicuri che tutto ciò che facciamo per il più piccolo dei nostri fratelli lo facciamo a Gesù (Mt 25,40)
·         Varcare la soglia della fede presuppone celebrare la vita, lasciarsi trasformare perché noi siamo divenuti uno con Gesù nella mensa eucaristica celebrata nelle comunità, e da questa fonte essere con le mani e con il cuore occupati nel lavoro del grande progetto del Regno: e tutto il resto vi sarà dato in più. (Mt. 6,33)
·         Varcare la soglia della fede è vivere nello spirito del Concilio, dell’incontro di Aparecida, Chiesa dalle porte aperte non solo per accogliere ma fondamentalmente per uscire e portare il Vangelo sulle strade e nella vita degli uomini del nostro tempo.
·         Varcare la soglia della fede per la nostra Chiesa arcidiocesana presuppone sentirci confermati nella missione di essere una chiesa che vive, prega e lavora in chiave missionaria.
·         Varcare la soglia della fede è in definitiva, accettare la novità della vita del Risorto nella nostra povera carne per farla diventare segno della nuova vita.

Riflettendo su tutte queste cose guardiamo a Maria. Ci accompagni la Vergine Madre! Ci accompagni per varcare la soglia della fede e porti nella chiesa lo Spirito Santo affinché, come lei fece a Nazareth, possiamo adorare il Signore e uscire poi sulle strade del mondo ad annunciare le meraviglie che il Signore ha fatto in noi.