martedì 26 febbraio 2019

Catequesis sobre La Familia ,Virginidad y Matrimonio (Padre Mario Pezzi) - Parte 1

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PARTE 1
Introducción
1.-Introducción
2.-La figura del padre
3.-El feminismo exasperado
4.-La discusión sobre los géneros

1.-Vivimos en una época de crecientes y sistemáticos ataques contra la familia
Introducción
Vivimos en una época de crecientes y sistemáticos ataques contra la familia y contra la vida. En este contexto es necesario, de todas formas, evitar tanto un pesimismo paralizante, como un optimismo ingenuo e irreal. La tendencia a poner en duda la institución familiar, su naturaleza y misión, su fundamento sobre el matrimonio (unión de amor y de vida entre un hombre y una mujer) está, por así decirlo, generalizada en determinados ambientes muy influyentes, mareados por una mentalidad secularizada. Esta tendencia está presente también en importantes medios de comunicación, trastorna la vida económica y profesional de muchos y obstaculiza la percepción de la realidad del matrimonio en nuestros hijos.
La fecundidad ha padecido un desmoronamiento en muchas regiones, especialmente allí donde las riquezas son abundantes. La plaga del divorcio se extiende en países de larga tradición cristiana. El aborto hiere profundamente el alma de los pueblos y las conciencias de las personas. Las «uniones de hecho» constituyen un grave problema social cada día más extendido.
Existe el riesgo de que un tal estado de las cosas lleve a nuestros hijos a dudar de sí mismos y de su futuro, y a contribuir a su desconfianza sobre su capacidad de amar y de asumir compromisos matrimoniales.
Esta crisis es reveladora de una enfermedad del espíritu que se ha alejado de la verdad y de una antropología errónea; refleja, además, un relativismo y un escepticismo sin precedentes. Esto demuestra que el hombre está tentado a cerrarse a la verdad sobre sí mismo y sobre el amor.
Frente a este riesgo, es necesario dejarnos guiar por el realismo que brota del Evangelio y por una profunda confianza en Dios.
Frente a este riesgo, es innecesario ratificar nuestra esperanza en el futuro, dejándonos guiar por el realismo que brota del Evangelio, y por una profunda confianza en Dios, sin esconder la gravedad de los males que amenazan a las jóvenes generaciones. Es precisamente al corazón desilusionado del hombre al que deseamos llevar un mensaje de esperanza, dirigiendo nuestro pensamiento a aquellos que construirán el mundo del tercer milenio: nuestros hijos.

Los desafíos contra la figura del Padre y de la Madre
Para comprender la misión que Dios confiada las familias cristianas, sobre todo en relación a la transmisión de la fe y a la educación de los hijos, tenemos que tener en cuenta algunos ataques a la familia cristiana en la sociedad actual en la que vivimos.
Además del divorcio, del aborto, de la eutanasia, de la libertad sexual, de las convivencias, de las parejas de hecho, de las parejas homosexuales: todos ellos ataques a la familia, a estas alturas aceptados y casi todos reconocidos por los Estados, trataremos los ataques contra el hombre: marido y padre, y contra la mujer: esposa y madre, y de las consecuencias negativas en la educación de los hijos.

2.-La progresiva ausencia del Padre en la familia
La figura del Padre
En un breve excursus histórico vamos a ver algunas de las causas que han contribuido a una progresiva ausencia del padre en la familia.
En el libro «IL Padre, l'assente inaccettabile» Claudio Risè [1], psicoanalista, católico cercano a Don Giussani, escribe:
La revolución francesa
Cuando los revolucionarios franceses, después de haber decapitado en la catedral de Notre Dame las estatuas de los reyes de Judá y de Israel, y haber reventado las tumbas de la abadía de Saínt-Denis para recoger el oro de los dientes y de los anillos de los reyes y de los obispos, cortaron y quemaron la cabeza de la estatua milagrosa de Notre Dame sous-Terre, en la catedral de Chartres (uno de los mayores símbolos de la espiritualidad cristiana), lo que es llamado proceso de secularización, es decir, la expulsión de la experiencia religiosa o de lo sagrado de la vida cotidiana en Europa, se encontraba ya buen punto. Todas las campanas de la abadía de Mont-Saint-Michel fueron fundidas y su bronce entregado al ejército revolucionario para que hiciese armas contra los países que todavía se declaraban católicos.
El «proceso de secularización»
Lo «Sagrado», la experiencia religiosa cristiana y sus símbolos, que habían marcado la civilización europea, habían quedado ahora en fuera de juego, por lo menos así lo creían los jacobinos, socialistas y liberales. La vida del hombre se desarrollaría por fin en el ámbito «secular», mundano, de las cosas y de la materia, sin el estorbo de creencias trascendentes.
Para ambos fenómenos, sin embargo, declive del padre y separación de Dios (secularización), el derribo revolucionario de las imágenes sagradas de los reyes de Judá y de Israel no hace sino continuar, aunque acelerándolo dramáticamente, un proceso iniciado mucho tiempo antes.

Lutero, la Reforma y el eclipse del padre
La Reforma, en efecto, ha desempeñado un papel determinante en la promoción de ambos. Rompiendo la unidad de la experiencia humana en Reino de Cristo y reino del mundo, y trasladando en el segundo la experiencia del matrimonio, instituto que él consideraba perteneciente al orden terreno [2],
Lutero seculariza el matrimonio y la familia [3].
Según apunta el antropólogo Dieter Lenzen: «Se puede afirmar que la doctrina de Lutero sobre el matrimonio abrió la puerta a la sucesiva estatalización de la paternidad [4]. Quita, pues, a la figura del padre aquel reflejo de figura del Padre divino, que le confería enormes responsabilidades, pero de donde derivaba su específico significado en el orden simbólico, trastocado precisamente por la secularización».
Consecuencia de esta afirmación es que el divorcio desde entonces no concierne más a la Iglesia, sino al Estado.
En efecto, dice el reformador: «las cuestiones relativas al matrimonio y al divorcio han de ser dejadas en manos de los juristas y colocadas dentro del orden mundano. Puesto que el matrimonio es algo mundano, exterior, así como lo son la mujer, los hijos, la casa... este pertenece al orden de la autoridad secular, está sometido a la razón» [5].
Como observa Lenzen [6]: «Las consecuencias de la doctrina matrimonial de Lutero en el plano jurídico, variamente diferenciadas a escala regional, en algunos casos fueron individuadas solo después de 250 años o más».
Es todavía con Lutero, que comienza el proceso de transferencia de las responsabilidades de la educación del padre (que a partir de allí se convertirá en una figura de relieve esencialmente económico) a la mujer madre y a la educadora.

Cuatro siglos después de Lutero: la pérdida de la noción de paternidad
Cuatro siglos después, en la mitad del Novecientos, por el impulso de las sociedades protestantes, la casi totalidad de sus papeles educativos y de juzgar será confiada a las mujeres, y la figura del padre será a estas alturas físicamente ausente de la casa en un relevante número de casos.
Se llegará a ver, entonces, como a la pérdida de la noción de paternidad en Occidente se le acompañe la pérdida de la transmisión de la identidad, y, por ende, de la misma masculinidad a nivel psicológico y simbólico.
A partir de entonces, y con la brusca aceleración sucesiva a las revoluciones burguesas y a la revolución industrial, el padre de la modernidad occidental ya no es el custodio familiar por cuenta del orden natural y simbólico divino, y tampoco es el representante de la Ley del Padre.
Efectivamente, según la observación hecha por el arzobispo de Milán, Dionigi Tettamanzi, en su carta pastoral «Familia, ¿dónde estás?», en los tiempos modernos la cultura dominante «tiende a desposeer a la familia de su valor fundamental o, más bien, fundador: el valor religioso de la relación con Dios. Mellada por el secularismo del laicismo, la familia se interpreta a sí misma como una realidad exclusivamente humana y totalmente autónoma: la familia, en su mismo ser y vivir, prescinde de Dios».
Pero ¿qué puede ser el padre de semejante familia? Era inevitable que, llegados a este punto, él se convirtiera sencillamente en un administrador, un procurador de renta (provider), para el núcleo de la familia «restringida» o «pequeña», que sustituye gradualmente a la familia «grande» (incluyendo aquí a todos aquellos que podían tener necesidad de la familia y de sus sustancias), de la que se encargaba el padre antes de esta reducción.
El fin de la familia «patriarcal» y la secularización del padre coinciden, en efecto, con la afirmación del modelo de «intimidad doméstica» que lleva a la familia nuclear actual.

Reducción del papel del padre: el que procura la renta a la familia
A partir de la Reforma y durante la modernidad, marcada por la época de las dos revoluciones: la francesa y la industrial, el padre se convierte cada vez más en una figura dominada por motivaciones egoístas y hedonistas. Sus finalidades son cada vez más práctico-económicas, en el mejor de los casos de gratificación «sexual-sentimental». Se trata de un personaje que se ha auto-reducido «secularmente» al mundo de las cosas: del dinero, del sexo y de una afectividad contratada, medida en los objetos, en el dinero y ninguna otra cosa más.
Además de la Reforma Protestante, de la revolución francesa e industrial, también corrientes y personalidades influyentes han contribuido a la progresiva muerte del padre. Giulia Paola di Nicola y Attilio Danese en el libro «En el seno del padre» escriben:

Influjo de Nietzsche y de Freud
En la historia del pensamiento, la revuelta contra el padre ha evidenciado el paralelismo entre autoridad paterna y autoritarismo institucional y estatal. Así es para Martín Lutero, que asocia el imperativo de la obediencia a la autoridad paterna y al poder político; para Jean Bodin que, siempre en la estela del concepto de familia como «prototipo de la sociedad política», recalca la analogía entre soberanía paterna y estatal; para Thomas Hobbes, para Jacques-Benigne [7], Bossuet, autores que remachan el paralelo entre el absolutismo monárquico y el absolutismo paterno.
Sobre estas premisas teóricas se basa el pensamiento nietzchiano de la muerte del padre y de la «muerte de Dios», anunciada por el profeta Zaratustra (anuncio opuesto al kerygma cristiano). Así que, cuando Freud interpreta la relación padre-hijos en términos de conflictividad, hasta hablar de la necesaria occisión del padre, no hace sino exasperar las premisas culturales precedentes.
En su pensamiento, el padre primordial, este prototipo de la figura paterna, es expresión culmen del despotismo, que defiende celosamente su poder obstaculizando el bienestar de los hijos. Él es un legislador injusto y egoísta, que quiere reservar solo para sí mismo la «posesión de la mujer» (el «placer») e impide a los demás el acceso al mismo.
La ley, el orden social, la moral aparecen como el baluarte de este egoísmo despótico.
Un semejante perfil de paternidad es, evidentemente, el exacto contrario del Padre evangélico.
Despotismo, egoísmo, moralismo, placer, resultan ser, pues, los estímulos principales de la actuación paterna en la cultura del Novecientos y están en contra de la libertad, la autonomía y la realización de sí mismo.

La revolución del 68
También después de Freud la figura del padre opresor domina la interpretación filosófica, por lo menos hasta la escuela de Francfort, a la que hace referencia la revolución del 68 cuando se hace evidente cómo la muerte del padre, que inevitablemente implica también a la madre, significa la muerte de la familia, del Estado (burgués), de Dios. El poder político y el religioso se consideran como enemigos de la libertad precisamente en cuanto que son extensión analógica de la autoridad paterna (cf. Habermas, Adorno, Horkheimer, Marcuse, Fromm).
Se siente gravitar todavía el peso de los prejuicios ideológicos difundidos en el Novecientos, siglo del «parricidio»: es necesario «matar al padre» para poder librarse de los complejos de dependencia, de celos, de subordinación, para sentirse libres de quien nos ha precedido y, por consiguiente, del condicionamiento de la memoria histórica [8].
El 68 ha marcado una verdadera y propia revolución cultural, de la que todavía hoy cargamos con sus consecuencias. Se ponen en discusión las bases que han sostenido la cultura occidental surgida del judeo­cristianismo. Junto con la pérdida del sentido de Dios y, consecuentemente, del sentido del padre, se pone en discusión tanto la autoridad civil como la eclesiástica, se proclama la libertad sexual, se exalta la autonomía moral, se des-estructura la familia. Conceptos que han hecho mella en la misma Iglesia, sobre todo en las familias religiosas, en las que ya no se habla de obediencia, si no de diálogo, y en lugar de Superior se habla de leadership.

De la familia patriarcal a la familia mononuclear
Otro fenómeno que sin duda ha influido en la pérdida del padre y también en la crisis de identidad del hombre ha sido el paso de la familia patriarcal, típica de la civilización rural, a la familia mononuclear, fruto de la civilización industrial, sobre todo del cosmopolitismo.
En la sociedad de tipo patriarcal, la autoridad del padre que transmitía a los hijos el arte de su oficio y los valores familiares era respetada e incuestionable.
La transmisión a las nuevas generaciones estaba favorecida por la presencia de los abuelos, de los tíos, de los primos, de los sobrinos y de los nietos: un tipo de familia amplia en la que los hijos eran ayudados en su desarrollo y donde las nuevas familias hallaban un sostén.
El «Pater familias», en general el más anciano, el abuelo o bisabuelo, como también la mujer más anciana, gozaba de estima y autoridad.
Sin embargo, no se puede negar que en el seno de la estructura patriarcal había también unos condicionantes fuertes que, si a veces salvaban de peligros, otras veces limitaban la libertad de los individuos y de los distintos núcleos familiares.
Con la llegada de la sociedad industrial y, sobre todo, del éxodo de los campos a las ciudades, las familias patriarcales se desmembraron progresivamente. Las jóvenes parejas y las nuevas familias se hallaron proyectadas en el anonimato de grandes ciudades, obligadas a vivir en pequeños apartamentos de grandes inmuebles, habitados en general por gente desconocida y con unos ritmos familiares impuestos por el trabajo, por la escuela y por otros muchos nuevos compromisos.
Típica de este periodo es la frase: «no quiero que acabes como tu padre, trabajando y fatigándote para ganar poco... Te daremos una formación aunque te cueste muchos sacrificios, mañana tendrás una posición mejor, más rentable y respetada».
En la ciudad el padre ya no transmite el arte del oficio al hijo, más bien es el hijo el que muchas veces enseña al padre a desenvolverse en la sociedad moderna. La familia se encuentra normalmente sola, aislada en un piso. Los conflictos inevitables de la convivencia se agudizan y la pequeña familia ya no encuentra el apoyo directo e inmediato de la familia más grande, el parentesco o el pueblo.
Ciertamente la pareja adquiere más libertad, se siente menos condicionada por la familia amplia y por la sociedad, pero se halla más débil frente a los desafíos del nuevo tipo de sociedad.
Es también por eso que se multiplican los fracasos matrimoniales, aumentan los divorcios y las convivencias libres, se aprueba el aborto, los abuelos y los tíos ingresan en los asilos.
Los hijos se sienten libres de seguir su propio camino, no les apetece obedecer a personas que no están preparadas a transmitirles unos valores que les ayuden a hacer frente a la modernidad y por eso reclaman el derecho de conducir su propia vida.
Delante de esta situación los padres se ven desprevenidos y carentes en la educación de los hijos, que forman parte de una generación que ellos no han conocido y que se les hace cuesta arriba comprender.
La educación familiar entra en crisis: el padre, por razones de trabajo, está cada vez más ausente, también muchas madres encuentran un trabajo, muchos hijos se hallan solos frente a un mundo lleno de peligros. La actitud de muchos padres es la de secundar en todo a sus hijos: crece una generación de hijos debilitados, no preparados para el sufrimiento, incapaces de sufrir, hijos que tienen miedo a entablar una relación seria con una chica y a casarse, se desliza la edad de los matrimonios, muchos hijos, aun reconociendo las limitaciones, prefieren quedarse en la casa de sus padres, donde encuentran alimento, un refugio para vivir. Aumentan los homosexuales y crece la impotencia masculina [9], mientras que las chicas son cada vez más seguras y agresivas.
Como consecuencia de la pérdida del padre y del fenómeno de las reivindicaciones del movimiento feminista del que hablaremos ahora, aparece una familia dominada por la figura materna, no equilibrada por la presencia del padre y, por consiguiente, con desviaciones psicológicas graves sobre los hijos.
Para nosotros es necesario tener presentes estos factores, descritos aquí de manera necesariamente sintética y sumaria, porque constituyen la mentalidad cada vez más difundida, sobre todo por los medios de comunicación social, pero también en los ambientes de la sociedad, del trabajo y de la escuela, y que, inevitablemente, atacan el concepto de familia cristiana y penetran también en nosotros, en nuestras familias sin que nos demos cuenta, y amenazan la estabilidad de la familia cristiana.

3.- El feminismo exasperado
Como consecuencia de la pérdida del padre y del fenómeno de las reivindicaciones del movimiento feminista del que hablaremos ahora, aparece una familia dominada por la figura materna, no equilibrada por la presencia del padre y, por consiguiente, con desviaciones psicológicas graves sobre los hijos.
Para nosotros es necesario tener presentes estos factores, descritos aquí de manera necesariamente sintética y sumaria, porque constituyen la mentalidad cada vez más difundida, sobre todo por los medios de comunicación social, pero también en los ambientes de la sociedad, del trabajo y de la escuela, y que, inevitablemente, atacan el concepto de familia cristiana y penetran también en nosotros, en nuestras familias sin que nos demos cuenta, y amenazan la estabilidad de la familia cristiana.
La revolución feminista se dio con mayor firmeza sobre todo en Estados Unidos
En su libro «El eclipse del padre» Mons. Cordes escribe al respecto:
Desde la mitad del siglo pasado, el hombre y padre inseguro ha sido duramente hostigado. Las mujeres comenzaron su auto liberación de la prisión en la que habían sido recluidas, mediante los medios de comunicación, la propaganda, la cultura popular y también la voluntad de poder masculina. Nadie puede negar que las mujeres tuvieran razones para rebelarse contra su condición de Cenicienta.
La rebelión se dio con mayor firmeza en Estados Unidos. Como otras revoluciones, también la de los derechos de la mujer se dio en varias oleadas. En el siglo XIX, las abanderadas femeninas del movimiento de liberación de los esclavos afro americanos lucharon en favor del derecho de la mujer al sufragio universal.
Contra la explotación económica de las mujeres
La resistencia femenina de los años 60 y 70 del siglo XX se dirigió a despertar la conciencia de su discriminación en un sector completamente distinto: el de la explotación económica.
Naturalmente, esta «segunda oleada» también dio la batalla en torno al bloque gobierno-religión-empleo, y puso de manifiesto la minusvaloración que las mujeres padecían en el trabajo, en la escuela, en la medicina y en el arte.
Contra la explotación comercial de la mujer
Pero el punto de salida del feminismo de posguerra es la obra «The Feminine Mystique» de Betty Friedan, de 1963, una fuerte denuncia contra la degradación comercializada de la mujer. En un mundo dominado por el consumo, las mujeres estaban doblemente maltratadas como «objeto sexual y como compradoras y vendedoras de objetos». Las tesis militantes encontraron arraigo en la parte femenina de la población norteamericana: «La publicidad es una máquina de propaganda insidiosa en favor de una sociedad con predominio absoluto de los varones» (Lucy Komisar, 1971). Con dichas frases se expresaba en los años 70 que ella estaba controlada y despersonalizada por él.
Ciertamente, mientras tanto, los ataques del feminismo fueron dando sus frutos para las mujeres y produjeron efectos tangibles en la relación entre los sexos; con el pasar de los años, la tensión en el ámbito social y público se ha reducido considerablemente. No obstante el paisaje social se ha visto afectado por la avalancha de cambios introducidos por el feminismo: se ha dado la vuelta a todo lo antiguo de arriba abajo y se han generado novedades en modo confuso.
Presencia cada vez más activa de las mujeres en cada campo de la vida social
En América las mujeres han vivido el último decenio como un tiempo de triunfo. Miles y miles de mujeres desfilaron por las avenidas da las grandes ciudades, embargadas y entusiasmadas por sentimientos fraternos descubiertos por vez primera. Incluso sin pertenecer al movimiento de liberación, la mayoría de ellas sienten que el viento les es favorable, sienten el entusiasmo de un nuevo amanecer y de un nuevo inicio... Ciertamente, la ganancia de esta lucha fue, en realidad, escasa en la mayoría de las profesiones y en la vida pública.
Muchos hombres se retiran cada vez más
Sin embargo, a muchos hombres les pareció que eso les obligaba a «retirarse», tanto del mundo laboral como del de la propia casa, donde las mujeres les obligaban a revisar también el comportamiento más íntimo de su vida personal.
El rol masculino tradicional se ha convertido en algo incierto [10].
El Papa Juan Pablo Il, que en la «Mulieris Dignitatem» desea vivamente la manifestación de aquel «genio» de la mujer que asegure la sensibilidad para el hombre en un mundo cada vez más dominado por los éxitos de la ciencia y de la técnica, y cada vez más insensible hacia la vida y hacia el hombre, apela también a las mujeres cristianas, cuyo modelo es la Virgen María, a que no se dejen arrastrar por modelos propuestos por movimientos feministas extremistas.
En nuestro tiempo la cuestión de los «derechos de la mujer» ha adquirido un nuevo significado en el vasto contexto de los derechos de la persona humana. Iluminando este programa, declarado constantemente y recordado de diversos modos, el mensaje bíblico y evangélico custodia la verdad sobre la «unidad» de los «dos», es decir, sobre aquella dignidad y vocación que resultan de la diversidad específica y de la originalidad personal del hombre y de la mujer.
Por tanto, también la justa oposición de la mujer frente a lo que expresan las palabras bíblicas «él te dominará» (Gén 3, 16) no puede de ninguna manera conducir a la «masculinización» de las mujeres. La mujer —en nombre de la liberación del «dominio» del hombre— no puede tender a apropiarse de las características masculinas, en contra de su propia «originalidad» femenina.
Existe el fundado temor de que por este camino la mujer no llegará a «realizarse» y podría, en cambio, deformar y perder lo que constituye su riqueza esencial (Mulieris Dignitatem, 10).[10] P. J. Cordes, El eclipse del padre, Ediciones Palabra, 2003.

4.- La discusión sobre los géneros
La discusión sobre los géneros: una cultura andrógina cada vez más difundida
Sabemos que en los últimos «Encuentros Mundiales sobre la Mujer» en El Cairo y en Pequín, se ha puesto en discusión la tradicional distinción del género: hombre o mujer [11]. Tras el empuje de movimientos extremistas, tanto feministas como homosexuales y grupos de presión anti-natalidad, se quiere que sean aceptados como jurídicamente reconocidos cinco géneros: hombre, mujer, homosexual, lesbiana y heterosexual. Traigo aquí lo que escribe al respecto Mons. Angelo Scola, actual Patriarca de Venecia en un libro suyo:
«...universalismo científico y politeísmo neo-pagano explican la extrema facilidad con que una cultura andrógina se difunde cada vez más...».
Según esta cultura la diferencia sexual no existe, como afirma la psicología del profundo, insuperable e in-deducible; al contrario, llegará (y no tardará mucho) el día en el que cada hombre podrá elegir según su gusto su propio sexo o pasar en el arco de la misma existencia de un sexo a otro. Las «biotecnologías» harán todo eso técnicamente posible y en la ausencia toral de valores de referencia desde el politeísmo neo-pagano, tenderá a transformar lo que «tú puedes» en lo que «tú debes».
El androginismo no es solamente la delirante búsqueda de la utopía de una autosuficiencia sexual que se basta a sí misma, si no que se revela como la negación misma de la auto-donación fecunda
Así que el androginismo tiende a pervertir los tres aspectos del misterio nupcial —diferencia sexual, don de sí y fecundidad— propalando un «erotismo difusivo».
La revolución sexual ha acercado al nivel de las masas una práctica de la sexualidad que entremezcla elementos liberales y elementos románticos.
El otro, su cuerpo, es reducido a una pura máquina que permita el acceso al fuego del placer. Sobre todo la mujer, en su ser símbolo eminente del Otro, es anulada. La afección es tratada como una enfermedad mortal contra la cual no hay ninguna defensa. El resultado es una des-construcción radical de la esfera del amor y un «demudamiento del misterio nupcial» [12].
A estos desafíos las familias cristianas están llamadas a responder mediante el testimonio de vida a la luz de la Revelación.

Notas

[11] La delegación Vaticana en el cuarto Congreso Mundial sobre la Mujer en Pekín, en 1995, volviendo a su posición manifestada de antemano en el precedente encuentro de El Cairo, en un documento oficial hace presente la posición de la Iglesia al respecto. El término «género» es entendido por la Santa Sede como derivado de la identidad biológica sexual, varón o hembra. Algunos términos en el documento son a menudo definidos vagamente: «orientación sexual» y «estilo de vida» no tienen una definición precisa, y además, no existe ningún reconocimiento jurídico pata estos términos en documentos internacionales. Esta ambigüedad semántica y conceptual podría conducir a considerar, por ejemplo, la pedofilia como una forma de «orientación sexual». El término «orientación sexual», propuesto por algunos países occidentales, no ha sido aceptado por países en subdesarrollados

[12] A. Seola, Uomo e donna oggi, en R. Bobetti, La reciprocitá uomo —donna, vita di spiritualità coniugale e familiare, Editrice Città Nuova, 2001.

venerdì 22 febbraio 2019

Dio mi ha portato nella tenebra... (Lam 3, 1-33) - Kiko Arguello



SIEDI SOLITARIO E SILENZIOSO. (Lam 3, 1-33) Re C. Dio, Dio Fad- Si- mi ha portato, mi ha portato Re nella tenebra. Fad- Ha costruito per me un giogo, Si- ha stretto la mia testa, la mia testa Re e la mascella. Fad- Dio, ha teso il suo arco Si- e mi ha fissato come bersaglio Re delle sue frecce. Fad- Anche se grido e gemo Si- egli soffoca, soffoca Re la mia preghiera. Mi- Vedere come mi ha ridotto, La nella mia vita errante: Re è assenzio e fiele. Fad Come farò Si- se mi vien meno la speranza, La la speranza Sol che viene dal Signore Fad (La Sol Fad) che viene dal Signore. Re Fad- A. SIEDI SOLITARIO E SILENZIOSO Si- Re PERCHÉ DIO TE L'HA IMPOSTO. Fad- METTI NELLA POLVERE LA TUA BOCCA Si- Re FORSE C'È SPERANZA. Mi- La7 OFFRI LA GUANCIA A CHI TI PERCUOTE: Sol La PERCHÉ NON RESPINGE PER SEMPRE IL SIGNORE, Sol La ANCHE SE AFFLIGGE USA POI MISERICORDIA. Sol La PERCHÉ NON RESPINGE PER SEMPRE IL SIGNORE, Sol La ANCHE SE AFFLIGGE USA POI MISERICORDIA. La7 Re SECONDO LA SUA GRANDE CARITÀ

martedì 12 febbraio 2019

Esercizi spirituali sui quattro Vangeli




Mettersi alla sequela di Gesù con l’esperienza della lectio divina: è la proposta dell’arcivescovo di Chieti-Vasto contenuta nel volume Esercizi spirituali sui quattro Vangeli (Cinisello Balsamo, San Paolo, 2018, pagine 255, euro 9,90) di cui pubblichiamo l’introduzione.
(Bruno Forte) È l’incontro con Gesù di Nazaret, nel suo cammino verso la Croce e poi nella sua condizione di Risorto, a dare inizio al movimento cristiano nella storia: di quell’incontro sono voce e testimonianza i quattro Vangeli. Essi narrano l’esperienza di Dio in Gesù Cristo, fatta da quanti in seguito a essa non avrebbero esitato a confessare che «era Dio che riconciliava a sé il mondo in Cristo» (2 Corinzi, 5, 19).
È questo il “vangelo” originario, la buona novella compendiata nell’annuncio “Gesù è il Cristo, Gesù è il Signore”. Quest’annuncio (chiamato kérygma col termine greco) narra la storia del Profeta galileo, che Dio mediante la risurrezione ha appunto costituito “Signore” e “Cristo”. Se il termine Gesù fa riferimento alla vicenda terrena del Nazareno («i giorni della sua carne», secondo Ebrei, 5, 7), gli altri due termini sono carichi di significato teologico. “Signore” (in greco Kyrios) traduce l’ebraico adonai, usato al posto dell’ineffabile nome del Santo e Benedetto, e indica la condizione divina di Colui cui è attribuito. “Cristo” (in greco Christós) significa “Unto” e rende l’ebraico “Messia”, richiamando l’attesa messianica e il suo compimento nel tempo ultimo e definitivo della salvezza che viene da Dio. Proclamare che Gesù è il Signore e il Cristo vuol dire, allora, congiungere due storie all’apparenza inconciliabili: quella di Gesù, il Crocifisso, e quella del Risuscitato da Dio, manifestato da Lui come il Messia venuto, di condizione divina e redentore dell’umanità. Mediante questa coniugazione si confessa Gesù come il Vivente, nel quale è giunta la pienezza dei tempi ed è offerta agli uomini la salvezza nel compimento delle promesse fatte ai Padri. È la coniugazione che sta alla base dei quattro Vangeli, narrazioni illuminate dagli eventi pasquali del cammino prepasquale di Gesù e degli eventi seguiti alla Pasqua, che hanno portato i discepoli a confessare la sua risurrezione e il dono della vita nuova effusa dal Risorto.
Ogni autentica sequela di Gesù come Figlio di Dio e Signore si basa, allora, sulla conoscenza dei Vangeli, fonte e riferimento normativo di qualsiasi impegno volto a conformare la propria vita al Padre celeste, discernendo la sua volontà e attuandola con Cristo nella forza dello Spirito, per rendergli gloria in ogni cosa. Poiché questo è il fine degli esercizi spirituali — «vincere se stessi e ordinare la pro’'Ignazio di Loyola — muovere dai Vangeli, meditando e pregando su quanto in essi ci viene proposto, è la via regale per fare un cammino di esercizi dello spirito che siano fecondi per la vita.
Attraverso lo sviluppo dei quattro Vangeli si viene condotti quasi per mano a confessare Gesù come Signore, redentore della nostra esistenza e della storia. Tutti gli aspetti del disegno divino finalizzato alla nostra salvezza e i diversi, possibili approcci a esso, vengono dischiusi dalla meditazione orante dei Vangeli.
Così, Matteo è il “Vangelo del catechista”, che presenta un insieme di discorsi, prescrizioni ed esortazioni per la vita nuova in Cristo, raccolti in una qualche analogia con la Torah di Mosé.
Marco è il “Vangelo del catecumeno”, che delinea in forma breve ed essenziale la figura di Gesù, colto nei tratti della sua umanità, piena e autorevole, e confessato nella sua identità di Messia e Figlio di Dio, operatore di segni e prodigi.
Luca è il “Vangelo delle genti”, che approfondisce il mistero salvifico nella visuale dell’intera storia della salvezza e della destinazione universale della buona novella, secondo una geografia teologica che va verso Gerusalemme e di lì s’irradia al mondo intero. Giovanni, infine, è il “Vangelo del contemplativo”, che al cristiano maturo offre una visione unitaria dei vari aspetti della nostra redenzione a partire dalle sue profondità eterne.
In forza della pienezza dell’auto-comunicazione divina realizzatasi in Lui, il Crocifisso risorto annunciato dai Vangeli si offre, pertanto, come il criterio vivo e la luce in cui rileggere il passato, il presente e l’avvenire della storia, il compimento dell’attesa e la promessa di un nuovo e definitivo compimento. Perciò, l’incontro con il Cristo dei Vangeli non lascia nessuno come l’ha trovato, purché nella libertà e nell’audacia dell’assenso si apra all’identità nella contraddizione, sperimentata e annunciata fra il Crocifisso e il Risorto.
I quattro Vangeli, insomma, non sono narrazioni neutrali o nude cronache di fatti, ma racconti salvifici, in cui il dono di vita nuova sperimentata da chi narra tende a coinvolgere chi ascolta in una circolarità coinvolgente fra mistero proclamato, mistero celebrato e mistero vissuto. Così, la storia prima di Cristo è letta quale preparazione e attesa, in particolare nelle vicende del popolo eletto Israele, il passato di chi si accosta al Vangelo riceve nuova luce dall’incontro col Dio venuto fra noi, e il futuro si lascia interpretare nel segno della promessa dischiusa nel Risorto e della speranza che ne consegue per la vita dei suoi discepoli. In tal senso, si comprende come l’appello al cambiamento di mentalità con cui si apre la predicazione del Nazareno non sia rivolto solo ai destinatari descritti nel racconto, ma tocchi direttamente quanti si trovano davanti al testo dei Vangeli in ogni ora del tempo e luogo della storia.
In tal modo, la vita di chi è raggiunto dall’annuncio e si apre alla fede in Gesù Cristo entra nella preparazione e nell’attesa del ritorno di lui, sostenuta dalla fiducia in lui quale vincitore del peccato e della morte: «Ecco, io sono con voi tutti i giorni, fino alla fine del mondo» (Matteo, 28, 20). La luce pasquale trasmessa dalla testimonianza evangelica viene pertanto ad abbracciare in un orizzonte unitario l’inizio e il compimento del mondo, accogliendo l’intera esistenza del discepolo per farne un’esistenza ricevuta in dono, continuamente chiamata a donarsi a Colui da cui tutto viene e verso cui tutto va.
È anche per questo che bisogna accostarsi ai Vangeli nell’integralità dell’approccio che la grande tradizione spirituale ha consegnato al lettore credente col metodo della lectio divina: secondo una precisa “scala” dei sensi, occorre passare dalla semplice lectio, volta a rispondere alla domanda «che cosa dice il testo in sé?», allameditatio, dove l’interrogativo diventa «che cosa dice il testo a me?», per pervenire all’oratio, in cui il credente risponde alla questione «che cosa dico io al Signore che mi parla nel testo?», e sfociare nel cambiamento del cuore e dell’agire, che la stessa tradizione designa con i terminicontemplatio e actio. Il Vangelo è, insomma, la carne di Gesù, che ci innesta nella tradizione vivente della Chiesa degli apostoli e ci unisce da una parte ai profeti dell’attesa, dall’altra al popolo della speranza nel compimento pieno e definitivo in Dio: ritornando sempre di nuovo a questa fonte della fede, il discepolo diviene pronto a rendere la sua testimonianza e a convertirsi in Vangelo vivente, proclamato con l’eloquenza silenziosa del dono di sé fino alla fine, per la gloria di Dio e la salvezza di ogni creatura.

L'Osservatore Romano

lunedì 11 febbraio 2019

Shlom lekh Maryam







Aramaico

TestoTraslitterazione
ܫܠܳܡ ܠܶܟ̣ܝ̱ ܒܬ̣ܽܘܠܬܳܐ ܡܰܪܝܰܡ ܡܰܠܝܰܬ̣ ܛܰܝܒܽܘܬ̣ܳܐ.Shlom lekh bthulto Maryam malyath taybutho,
ܡܳܪܰܢ ܥܰܡܶܟ̣ܝ̱.moran 'amekh.
ܡܒܰܪܰܟ̣ܬܳܐ ܐܰܢ̱ܬܝ̱ ܒܢܶܫ̈ܶܐ.Mbarakhto at bneshe.
ܘܰܡܒܰܪܰܟ ܗ̱ܽܘ ܦܺܐܪܳܐ ܕܰܒܟܰܪܣܶܟ̣ܝ̱. ܡܳܪܰܢ ܝܶܫܽܘܥ.Wambarakhu firo dabkarsekh moran Yeshu'.
ܐܳܘ ܩܰܕܺܝܫܬܳܐ ܡܰܪܝܰܡ ܝܳܠܕܰܬ̣ ܐܰܠܗܳܐ.O qadishto Maryam yoldath Aloho
ܨܰܠܳܝ ܚܠܳܦܰܝܢ ܚܰܛܳܝ̈ܶܐ.Saloy hlofayn hatoye,
ܗܳܫܳܐ ܘܰܒܫܳܥܰܬ ܘܡܰܘܬܰܢhosho wabsho'at u mawtan.
ܐܰܡܺܝܢ܀Amin

domenica 10 febbraio 2019

Le sette parole di Gesù in croce



Il libro. Anticipiamo uno stralcio dell’introduzione al libro Le sette parole di Gesù in croce (Brescia, Queriniana, 2019, pagine 288, euro 20). «Sono sette frasi brevissime — si legge nella quarta di copertina — simili a un soffio che esce dalle labbra aride di Gesù (...) Eppure, la loro densità è tale da aver sollecitato nei secoli un’imponente riflessione teologica e spirituale e da aver conquistato anche la cultura occidentale che in esse ha condensato il mistero universale dell’esistere, del soffrire, del morire e dello sperare».
(Gianfranco Ravasi) Ho iniziato a scrivere le pagine di questo libro il venerdì santo 30 marzo 2018, che, per una suggestiva coincidenza di calendari, era il 14 di Nisan e quindi a sera l’entrata nella Pasqua ebraica che aveva i suoi due giorni solenni il 31 marzo e domenica 1° aprile, incrociandosi così con la Pasqua cristiana.
Come in ogni anno, la liturgia cattolica ripropone la sequenza degli eventi che si svolsero a Gerusalemme in un arco cronologico compreso fra il 30 e il 33 del I secolo e che avevano come protagonista Gesù di Nazaret. È una forbice temporale che è stata modulata variamente dagli esegeti attraverso complesse e complicate analisi e calcoli cronologici. Se vogliamo optare, a titolo esemplificativo, per una di tali ipotesi, evochiamo quella che il neotestamentarista americano John P. Meier ha elaborato nel primo tomo del suo sterminato studio in più volumi sul Gesù storico, Un ebreo marginale, pubblicato nel 1991 (Queriniana 2001). Egli collocava il banchetto d’addio e la cena eucaristica di Gesù il giovedì sera 6 aprile dell’anno 30, il 14 di Nisan, «preparazione (parasceve)» della Pasqua ebraica.
Nella notte tra il 6 e il 7 aprile, dopo l’arresto, un processo preliminare veniva celebrato durante una riunione informale del Sinedrio; la sentenza ufficiale veniva, invece, emessa in un’altra seduta all’alba del venerdì 7 aprile. In quella stessa mattinata avveniva la consegna dell’imputato a Pilato che rendeva esecutiva la condanna a morte con la sua autorità di governatore imperiale. Torturato dal corpo di guardia, Gesù veniva condotto alla pena capitale per crocifissione sul colle del Golgota-Calvario.
Era il primo pomeriggio del 7 aprile 30. Dopo qualche ora l’uomo crocifisso si spegneva. Aveva circa 36 anni. Al di là di questa ricostruzione cronologica ipotetica, l’atto che si stava compiendo avrebbe assunto una portata fondamentale e universale nella storia. Certo, la documentazione decisiva è quella offerta dai quattro Vangeli; tuttavia una traccia è rimasta anche sulle carte «profane» di quello stesso periodo storico. È, infatti, d’obbligo citare un passo dell’opera Antichità giudaiche composta in greco dallo storico giudaico filoromano Giuseppe Flavio, nato a Gerusalemme attorno al 37/38 e morto a Roma dopo il 103. Ecco il suo testo così come è giunto a noi con evidenti interpolazioni cristiane, ma importante per la sostanza del nostro discorso. «Verso questo tempo visse Gesù, uomo saggio, se pur conviene chiamarlo uomo; infatti egli compiva opere straordinarie, ammaestrava gli uomini che con gioia accolgono la verità, e convinse molti giudei e greci. Egli era il Cristo. E dopo che Pilato, dietro accusa dei maggiori responsabili del nostro popolo, lo condannò alla croce, non vennero meno coloro che fin dall’inizio lo amarono. Infatti apparve loro il terzo giorno di nuovo vivo, avendo i divini profeti detto queste cose su di lui e moltissime altre meraviglie. E ancora fino ad oggi non è scomparsa la tribù dei cristiani che da lui prende nome» (18, 63-64).
È abbastanza agevole individuare — in questo che è stato denominato il Testimonium Flavianum — tre eventuali glosse di mano cristiana nelle frasi: «se pur conviene chiamarlo uomo», «egli era il Cristo», «apparve loro il terzo giorno di nuovo vivo, avendo i divini profeti detto queste cose su di lui e moltissime altre meraviglie». Sta di fatto che a pochi anni di distanza la morte di Gesù, sulla base della testimonianza della «tribù dei cristiani», costituiva un evento storico rilevante da registrare.
Ma c’è di più. Anche la storiografia romana ha accolto lo stesso dato riguardante la fine di Gesù attraverso uno dei suoi maggiori autori, Cornelio Tacito, vissuto tra il 55 e il 120 circa. Nei suoi Annali egli descrive l’incendio di Roma, che sospetta appiccato dallo stesso Nerone (come faranno anche gli altri storici Plinio il Vecchio e Svetonio), ma attribuito dall’imperatore ai cristiani romani. Nell’ampia descrizione di quell’evento tragico e della relativa crudele persecuzione cristiana, c’è un paragrafo che presenta i dati essenziali sulla fine di Gesù.
«Nerone dichiarò colpevoli e condannò ai tormenti più raffinati colora che il volgo chiamava crestiani, odiosi per le loro nefandezze. Essi prendevano nome da Cresto, che era stato condannato al supplizio ad opera del procuratore Ponzio Pilato sotto l’impero di Tiberio» (15, 44,2-3).
Pur in forma stringata, anche in questo passo il dato della morte di Gesù è confermato in modo puntuale a livello storico-politico con la menzione dell’imperatore e del governatore della provincia di Giudea (subito dopo, si cita appunto la Giudea come sede della «funesta superstizione» dei «crestiani»), mentre il termine supplicium designa una condanna a morte con tortura. All’interno della realtà della morte di Cristo narrata ampiamente dagli evangelisti e che è, quindi, annotata anche negli annali della storia romana classica, noi sceglieremo solo una serie di piccoli momenti drammatici, affidati a una manciata di parole del Crocifisso, le ultime che egli pronuncia mentre è inchiodato sulla croce e lentamente l’asfissia lo sta strangolando in un’agonia atroce. Si tratta, nella redazione greca dei Vangeli, di sole sette frasi composte di 41 parole, compresi gli articoli e le particelle. Esse hanno ricevuto una titolatura codificata: Le sette parole di Cristo in croce e sono state messe in sequenza secondo diverse enumerazioni (...) Curiosa è, poi, la disposizione concentrica e più libera secondo la quale sant’Ignazio di Loyola nei suoi Esercizi Spirituali (1548), al n. 297 — all’insegna dei «misteri compiuti sulla croce» — distribuisce le sette parole ultime di Gesù ponendo al centro di questo ideale «candelabro a sette bracci» la sete di Cristo, assunta nel suo valore metaforico di sete di salvezza dell’intera umanità. Ecco lo schema proposto da sant’Ignazio: «Disse in croce sette parole: pregò per quelli che lo crocifiggevano; perdonò il ladrone; affidò Giovanni a sua Madre e la Madre a Giovanni; disse ad alta voce “Ho sete”; e gli diedero fiele e aceto; disse che era abbandonato; disse: “È compiuto”; disse: “Padre, nelle tue mani raccomando il mio spirito”».

L'Osservatore romano, 9-10 febbraio 2019.

sabato 9 febbraio 2019

Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Marocco (30-31 marzo 2019) – Programma



Viaggio Apostolico di Sua Santità Francesco in Marocco (30-31 marzo 2019) – Programma
Sala stampa della Santa Sede
Sabato 30 marzo 2019
ROMA-RABAT
10:45
Partenza in aereo da Roma/Fiumicino per Rabat
14:00
Arrivo all’aeroporto internazionale di Rabat-Salé
ACCOGLIENZA UFFICIALE
CERIMONIA DI BENVENUTO sul piazzale antistante il Palazzo Reale
VISITA DI CORTESIA AL RE MOHAMMED VI nel Palazzo Reale
INCONTRO con il POPOLO MAROCCHINO, le AUTORITA’, con la SOCIETA’ CIVILE e con il CORPO DIPLOMATICO sulla Esplanade de la Mosquée Hassan
Discorso del Santo Padre
VISITA AL MAUSOLEO MOHAMMED V
VISITA ALL’ISTITUTO MOHAMMED VI DEGLI IMAM, PREDICATORI e PREDICATRICI
Saluto del Santo Padre
INCONTRO CON I MIGRANTI nella sede della Caritas diocesana
Saluto del Santo Padre



Domenica 31 marzo 2019
RABAT-ROMA
VISITA AL CENTRE RURAL DES SERVICES SOCIAUX di Témara
INCONTRO CON I SACERDOTI, RELIGIOSI, CONSACRATI e il CONSIGLIO ECUMENICO DELLE CHIESE nella Cattedrale di Rabat
Discorso del Santo Padre
Angelus del Santo Padre
Pranzo con il Seguito Papale
SANTA MESSA
Omelia del Santo Padre
CERIMONIA DI CONGEDO all’Aeroporto Internazionale di Rabat/Salé
17:15
Partenza in aereo per Roma
21:30
Arrivo all’Aeroporto Internazionale di Roma/Ciampino