mercoledì 15 maggio 2019

Huye amado mío – Cantar de los Cantares 8,10-14


¡Tú, que vives en los jardines, donde tus compañeros te están escuchando: hazme oír tu voz, hazme oír tu voz! Tú que habitas en los jardines, donde tus compañeros te escuchan, déjame oír tu voz. El Señor dice: ¡Oh Asamblea de Israel, tú que estás entre las naciones como un pequeño jardín, hazme oír la voz de tus cantos, la alabanza de tus labios. Levanta tu voz y que la oigan todos los que te rodean. Los compañeros, los amigos fieles, que han seguido el itinerario de la esposa hasta el final, escuchan su voz, eco de la voz del Señor, que dice: “Escuchad al amado” (Mt 17,5). La esposa repite: “Haced lo que él os diga” (Jn 2,5). Se parece a un rey que se irritó con algunos de sus vasallos y los encerró en el calabozo. ¿Qué hizo el rey? Tomó a todos sus oficiales y fue a escuchar qué himno cantaban. Entonces oyó que entonaban: “Nuestro señor, el rey, es nuestra alabanza, él es nuestra vida”. Entonces el rey exclamó: Hijos míos, alzad vuestras voces para que todos lo escuchen. Así mismo, aunque los israelitas tengan que dedicarse durante seis días a sus ocupaciones y pasen tribulaciones, el sábado madrugan y van a la sinagoga y recitan el Shemá, danzan ante el armario que guarda los rollos y leen la Torá. Entonces el Santo les dice: Hijos míos, alzad vuestras voces para que todos lo escuchen. "¡HUYE, AMADO MÍO, COMO UNA GACELA, COMO UN CERVATILLO, HASTA EL MONTE DE LAS BALSAMERAS!" ¡Huye, Amado mío, sé como una gacela o como un joven cervatillo, hasta el monte de las balsameras! Entonces dirán los ancianos de la Asamblea de Israel: ¡Huye, Amado mío, de esta tierra contaminada y haz habitar tu Shekinah en los cielos excelsos! Y en el tiempo de la angustia, cuando oremos a ti, sé como la gacela que, cuando duerme, tiene un ojo cerrado y otro abierto, o como un cervatillo que, cuando huye, mira hacia atrás. De la misma manera, cuida tú de nosotros y, desde los cielos excelsos, mira nuestra angustia y nuestra aflicción (Sal 11,4) hasta que te dignes redimirnos y nos hagas subir al monte de Jerusalén: allí te ofreceremos el incienso de aromas (Sal 51,20s). Simón el justo, uno de las últimos miembros de la Gran Asamblea de Israel, solía decir: “El mundo se sostiene sobre un trípode: la Torá, el Culto y la Misericordia”. La amada escucha la palabra del amado; el amado se complace en oír la voz de la amada en el canto de la asamblea; y de la palabra oída y cantada brota la misericordia que salva al mundo. Yo soy para mi amado como aquella que encontró la paz. Mi viña está aquí, está ante mí, mi viña está aquí, está ante mí. Mi viña, la mía, está ante mí. ¡Qué largo camino ha recorrido la amada! Ella que empezó confesado “mi propia viña no la he guardado” (1,6), ocupada en las viñas ajenas, ahora está bien atenta a su propia viña (Lc 16,12). Al final puede decir: “He competido en el noble combate, he llegado a la meta, he conservado la fe” (2Tim 4,7). El Cantar no termina instalando a los esposos; la esposa guarda en su memoria la imagen del esposo como gacela o cervatillo saltando por los montes. Siendo así es como ella se ha enamorado de él y eso quiere que siga siendo: ¡Sé como gacela o el joven cervatillo por los montes de las balsameras! Día a día le seguirá esperando, anhelando que él llegue y la sorprenda. El amor no es rutina, siempre es nuevo, esperado, deseado, recreado. Así seguirá su peregrinación por este mundo hasta que, al final, una muchedumbre inmensa, con el fragor de grandes aguas y fuertes truenos, cantará: “¡Aleluya! Alegrémonos, regocijémonos y démosle gloria porque han llegado las bodas del Cordero y su Esposa se ha engalanado con vestidos de lino deslumbran­te de blancura” (Ap 19,7).