domenica 5 luglio 2015

Discurso de Benedicto XVI sobre la música sacra en la liturgia

Benedicto XVI en su discurso sobre la importancia de la música sacra / Foto: L'Osservatore Romano

VATICANO, 04 Jul. 15 / 09:14 am (ACI).- El Papa Emérito Benedicto XVI recibió en la mañana del sábado 4 de julio en la localidad de Castelgandolfo, a las afueras de Roma, el doctorado honoris causa por la Pontificia UniversidadJuan Pablo II y la Academia de Música de Cracovia (Polonia). En el discurso de agradecimiento, Benedicto XVI habló del significado de la música sacra y de su importancia en la Iglesia.
El doctorado le fue entregado por el Cardenal Arzobispo de Cracovia,Stanislaw Dziwisz, antiguo secretario personal de San Juan Pablo II.
Benedicto XVI también recordó algunas de sus características y el recorrido histórico que ha desarrollado hasta la actualidad. Para el Papa Emérito, “la calidad de la música depende de la pureza y de la grandeza del encuentro con el divino, con la experiencia del amor y del dolor”. “La gran música sacra es una realidad de rango teológico y de significado permanente para la fe de toda la cristiandad”; por ello “no puede desaparecer de la liturgia”.
A continuación, ACI Prensa les ofrece una traducción del discurso original pronunciado en italiano:
“En este momento no puedo más que expresar mi más grande y cordial agradecimiento por el honor que me han reservado ustedes confiriéndome el doctorado honoris causa. Agradezco al Gran Canciller, su querida Eminencia el Cardenal Stanislaw Dziwisz, y las Autoridades Académicas de los dos Ateneos. Me alegra sobre todo el hecho de que de esta manera se haya hecho todavía más profunda mi unión con Polonia, con Cracovia, con la patria de nuestro gran santo Juan Pablo II. Porque sin él mi camino espiritual y teológico no es siquiera imaginable. Con su ejemplo vivo él nos ha mostrado como pueden ir de la mano la alegría de la gran música sagrada y la tarea de la participación común en la sagrada liturgia, la alegría solemne y la simplicidad de la humilde celebración de la fe. En los años del post-concilio, sobre este punto se manifestó con renovada pasión un antiquísimo contraste. Yo mismo crecí en Salisburghese marcado por la gran tradición de esta ciudad. Aquí las misas festivas iban acompañadas por el coro y la orquesta, que fueron parte integrante de nuestra experiencia de fe en la celebración de la liturgia.
Permanece indeleble grabado en mi memoria cómo, por ejemplo, apenas resonaban las primeras notas de la Misa de coronación de Mozart, parecía que el cielo casi se abriera y se experimentaba de manera muy profunda la presencia del Señor. Junto a esto, sin embargo, entonces ya estaba presente también la nueva realidad del Movimiento litúrgico, sobre todo a través de uno de nuestros capellanes que más tarde se convirtió en vice-regente y después en rector del Seminario mayor de Frisinga. Durante mis estudios en Múnich de Baviera, después, muy concretamente me introduje cada vez más en el interior del Movimiento litúrgico a través de las lecciones del profesor Pascher, uno de los más significativos expertos del Concilio en materia litúrgica, y sobre todo a través de la vida litúrgica en la comunidad del seminario. Así, poco a poco fue perceptible la tensión entre la participatio actuosa conforme a la liturgia y la música solemne que envolvía la acción sagrada, incluso si todavía no se sentía tan fuerte. 
En la Constitución sobre la liturgia del Concilio Vaticano II está escrito muy claramente: “Que se conserve y se incremente con gran cuidado el patrimonio de la música sacra”. De otro lado el texto evidencia, cual categoría litúrgica fundamental, la participatio actuosa de todos los fieles a la acción sagrada.
Aquello que en la Constitución está todavía pacíficamente junto, sucesivamente, en la recepción del Concilio, se convirtió a menudo en una relación de dramática tensión. Ambientes significativos del Movimiento litúrgico pensaban que, para las grandes obras corales e incluso para las misas para orquesta, en el futuro habría espacio sólo en las salas de concierto, no en la liturgia. Aquí hubiese sido establecido sólo para el canto y la oración común de los fieles. Por otro lado, existía consternación por el empobrecimiento cultural de la Iglesia que por esto hubiera tenido como resultado.  ¿Cómo conciliar las dos cosas?, ¿cómo hacer realidad el Concilio en su totalidad? Estas eran las preguntas que se me impusieron a mí y a muchos otros fieles, a gente sencilla y a personas en posesión de una formación teológica. A este punto quizás es justo hacer las preguntas de fondo: ¿qué es en realidad la música?, ¿de dónde viene y a qué atiende? Pienso que se pueden localizar tres ‘lugares’ de los cuales proviene la música. Una primera es la experiencia del amor. Cuando los hombres fueron atrapados por el amor, se dio en ellos otra dimensión del ser, una nueva grandeza y amplitud de la realidad. Y ella empuja también a expresarse de un modo nuevo. La poesía, el canto y la música en general nacieron de este ser ‘tocados’, de este quedar afectados por una nueva dimensión de la vida. Un segundo origen de la música es la experiencia de la tristeza, el ser tocados por la muerte, por el dolor y por los abismos de la existencia. También en este caso se producen, en dirección opuesta, nuevas dimensiones de la realidad que no pueden encontrar respuesta sólo en los discursos.
El tercer lugar del origen de la música es el encuentro con el divino, que desde el inicio es parte de lo que define al humano. La mayor razón es que aquí está presente totalmente el otro y totalmente lo grande que suscita en el hombre nuevos modos de expresarse. Quizás sea posible afirmar que en realidad también en los otros dos ambientes –el amor y la muerte– el misterio divino nos toca y, en este sentido, es el ser tocados por Dios lo que en conjunto constituyen el origen de la música. Encuentro conmovedor observar cómo, por ejemplo, en los salmos a los hombres no les basta sólo con el canto y se apela a todos los instrumentos: la música escondida de la creación se despierta, su lenguaje misterioso. Con el Salterio, en el cual obran también los dos motivos del amor y de la muerte, nos encontramos directamente con el origen de la música de la Iglesia de Dios. Se puede decir que la calidad de la música depende de la pureza y de la grandeza del encuentro con el divino, con la experiencia del amor y del dolor. Cuanto más pura y verdadera es esta experiencia, tanto más pura y grande será también la música que de ella nace y se desarrolla. En este punto querría expresar un pensamiento que en los últimos tiempos he tenido sobre todo cuando las diversas culturas y religiones entran en relación entre ellos. En el ámbito de las más diversas culturas y religiones está presente una gran literatura, una gran arquitectura, una gran pintura y grandes escultores. Y en todas partes está también la música. Sin embargo, en ningún otro ámbito cultural existe una música de igual grandeza a la nacida en el ámbito de la fe cristiana: desde Palestrina a Bach, de Händel hasta Mozart, Beethoven y Bruckner. La música occidental es única, no tiene iguales en las otras culturas. Esto nos debe hacer pensar. Es cierto que la música occidental supera en mucho el ámbito religioso y eclesial. Y sin embargo, encuentra su fuente más profunda en la liturgia en el encuentro con Dios.
En Bach, para el cual la gloria de Dios representa el fin último de toda la música, esto es del todo evidente. La respuesta grande y pura de la música occidental se ha desarrollado en el encuentro con aquel Dios que, en la liturgia, se hace presente a nosotros en Jesucristo. Esa música, para mí, es una demostración de la verdad del cristianismo. Allí donde se desarrolla una respuesta así, se ha dado el encuentro con la verdad, con el verdadero creador del mundo. Por eso la gran música sagrada es una realidad de rango teológico y de significado permanente para la fe de toda la cristiandad, también si no es necesario que sea realizada siempre o en cualquier lugar. De otro lado, está también claro que ella no puede desaparecer de la liturgia y que su presencia puede ser un modo del todo especial de participación a la celebración sagrada, al misterio de la fe.
Si pensamos en la liturgia celebrada por San Juan Pablo II en cada continente, vemos toda la amplitud de las posibilidades expresivas de la fe en el evento litúrgico; y vemos también como la gran música de la tradición occidental no es extraña a la liturgia, sino que ha nacido y crecido de ella y de este modo contribuye siempre de nuevo a darle forma.
No conocemos el futuro de nuestra cultura y de la música sagrada. Pero una cosa está clara: donde realmente se da el encuentro con el Dios viviente que en Cristo viene hacia nosotros, allí nace y crece nuevamente también la respuesta, cuya belleza proviene de la verdad misma.
La actividad de las dos universidades que me confieren este doctoradohonoris causa representa una contribución esencial para que el gran don de la música sagrada que proviene de la tradición de la fe cristiana siga vivo y sea de ayuda para que la fuerza creativa de la fe también en el futuro no se extinga.
Por esto les doy las gracias de corazón a todos ustedes, no sólo por el honor que me han reservado, sino también por todo el trabajo que desarrollan al servicio de la belleza de la fe. El Señor les bendiga a todos”.

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«Torni la musica sacra». La lezione di Benedetto XVI
di Massimo Introvigne
Il 4 luglio a Castel Gandolfo, il Papa Emerito Benedetto XVI, ha ricevuto il dottorato honoris causa da parte della Pontificia Università Giovanni Paolo II di Cracovia e dell’Accademia di Musica di Cracovia. Il Papa emerito ha profittato dell'occasione per impartire una grande lezione sulla funzione e la natura della musica, un tema di cui aveva parlato diverse volte nel corso del suo pontificato, ma forse mai in modo così completo e sistematico. Benedetto XVI ha rievocato anzitutto il suo legame con la Polonia e con San Giovanni Paolo II, affermando che «senza di lui il mio cammino spirituale e teologico non è neanche immaginabile. Con il suo esempio vivo egli ci ha anche mostrato come possano andare mano nella mano la gioia della grande musica sacra e il compito della partecipazione comune alla sacra liturgia, la gioia solenne e la semplicità dell’umile celebrazione della fede».
La Polonia ama la musica, e così la parte della Baviera di cui è originario Papa Ratzinger, così vicinaal grande centro musicale austriaco di Salisburgo. «Io - ricorda - sono cresciuto nel Salisburghese segnato dalla grande tradizione di questa città. Qui andava da sé che le messe festive accompagnate dal coro e dall’orchestra fossero parte integrante della nostra esperienza della fede nella celebrazione della liturgia». Così per esempio «rimane indelebilmente impresso nella mia memoria come, non appena risuonavano le prime note della Messa dell’incoronazione di Mozart, il cielo quasi si aprisse e si sperimentasse molto profondamente la presenza del Signore».
Erano anche anni di discussioni sul ruolo della musica sacra. Papa Ratzinger ricorda che negli annidella sua gioventù «era già presente anche la nuova realtà del Movimento liturgico, soprattutto tramite uno dei nostri cappellani che più tardi divenne vice-reggente e poi rettore del Seminario maggiore di Frisinga. Durante i miei studi a Monaco di Baviera, poi, molto concretamente sono sempre più entrato all’interno del Movimento liturgico attraverso le lezioni del professor Pascher, uno dei più significativi esperti del Concilio in materia liturgica, e soprattutto attraverso la vita liturgica nella comunità del seminario». Quest'epoca di dibattiti stimolanti portava con sé anche dei problemi: «a poco a poco divenne percepibile la tensione fra la "participatio actuosa" conforme alla liturgia e la musica solenne che avvolgeva l’azione sacra». Questa tensione è viva ancora oggi. Per risolverla, il Papa emerito consiglia di tornare alla Costituzione sulla liturgia del Concilio Vaticano II, dove «è scritto molto chiaramente: "Si conservi e si incrementi con grande cura il patrimonio della musica sacra"». Certo, lo stesso testo «evidenzia, quale categoria liturgica fondamentale, la "participatio actuosa" di tutti i fedeli all’azione sacra». E purtroppo «quel che nella Costituzione sta ancora pacificamente insieme, successivamente, nella recezione del Concilio, è stato sovente in un rapporto di drammatica tensione». «Ambienti significativi del Movimento liturgico ritenevano che, per le grandi opere corali e financo per le messe per orchestra, in futuro ci sarebbe stato spazio solo nelle sale da concerto, non nella liturgia. Qui ci sarebbe potuto esser posto solo per il canto e la preghiera comune dei fedeli». 
Ma questa rinuncia alla grande musica sacra nelle chiese causava anche «sgomento perl’impoverimento culturale della Chiesa». Tra amore per la bellezza e preoccupazione per la «participatio actuosa» il problema si poneva nuovamente: «In che modo conciliare le due cose? Come attuare il Concilio nella sua interezza?». Ma forse non tutti si ponevano la domanda ulteriore, da cui dipende la risposta alle prime due, la vera «domanda di fondo: Che cos’è in realtà la musica? Da dove viene e a cosa tende?». Benedetto XVI risponde indicando «tre “luoghi” da cui scaturisce la musica». Il primo è «l’esperienza dell’amore. Quando gli uomini furono afferrati dall’amore, si schiuse loro un’altra dimensione dell’essere, una nuova grandezza e ampiezza della realtà. Ed essa spinse anche a esprimersi in modo nuovo. La poesia, il canto e la musica in genere sono nati da questo essere colpiti, da questo schiudersi di una nuova dimensione della vita».
Il secondo è «l’esperienza della tristezza, l’essere toccati dalla morte, dal dolore e dagli abissidell’esistenza. Anche in questo caso si schiudono, in direzione opposta, nuove dimensioni della realtà che non possono più trovare risposta nei soli discorsi». E il terzo - ma il più importante dei tre - è «l’incontro con il divino, che sin dall’inizio è parte di ciò che definisce l’umano. A maggior ragione è qui che è presente il totalmente altro e il totalmente grande che suscita nell’uomo nuovi modi di esprimersi». Non si tratta di opporre le tre fonti della musica tra loro. «Forse è possibile affermare che in realtà anche negli altri due ambiti – l’amore e la morte – il mistero divino ci tocca e, in questo senso, è l’essere toccati da Dio che complessivamente costituisce l’origine della musica». 
Papa Ratzinger torna sull'esempio prediletto dei Salmi. «Trovo commovente osservare come adesempio nei Salmi agli uomini non basti più neanche il canto, e si fa appello a tutti gli strumenti: viene risvegliata la musica nascosta della creazione, il suo linguaggio misterioso. Con il Salterio, nel quale operano anche i due motivi dell’amore e della morte, ci troviamo direttamente all’origine della musica sacra della Chiesa di Dio». In conclusione, possiamo dire che «la qualità della musica dipende dalla purezza e dalla grandezza dell’incontro con il divino, con l’esperienza dell’amore e del dolore. Quanto più pura e vera è quest’esperienza, tanto più pura e grande sarà anche la musica che da essa nasce e si sviluppa». Il Papa emerito tiene particolarmente - e lo dice - ad aggiungere un 'altra riflessione. Certamente «nell'ambito delle diverse culture e religioni è presente una grande letteratura, una grande architettura, una grande pittura e grandi sculture. E ovunque c’è anche la musica». Ma si deve anche onestamente riconoscere che «in nessun altro ambito culturale c’è una musica di grandezza pari a quella nata nell’ambito della fede cristiana: da Palestrina a Bach, a Händel, sino a Mozart, Beethoven e Bruckner. La musica occidentale è qualcosa di unico, che non ha eguali nelle altre culture. E questo - mi sembra - ci deve far pensare».
Ovviamente «la musica occidentale supera di molto l’ambito religioso ed ecclesiale». E tuttavia «essa trova comunque la sua origine più profonda nella liturgia nell’incontro con Dio. In Bach, per il quale la gloria di Dio rappresenta ultimamente il fine di tutta la musica, questo è del tutto evidente». Ma anche quando il tema non è esplicitamente liturgico «la risposta grande e pura della musica occidentale si è sviluppata nell’incontro con quel Dio che, nella liturgia, si rende presente a noi in Cristo Gesù».  La grande musica dell'Occidente, afferma Benedetto XVI, «per me, è una dimostrazione della verità del cristianesimo. Laddove si sviluppa una risposta così, è avvenuto un incontro con la verità, con il vero creatore del mondo. Per questo la grande musica sacra è una realtà di rango teologico e di significato permanente per la fede dell’intera cristianità, anche se non è affatto necessario che essa venga eseguita sempre e ovunque». D’altro canto, «è chiaro però anche che essa non può scomparire dalla liturgia e che la sua presenza può essere un modo del tutto speciale di partecipazione alla celebrazione sacra, al mistero della fede».
«Non conosciamo il futuro della nostra cultura e della musica sacra», conclude il Papa Emerito. «Ma una cosa è mi sembra chiara: dove realmente avviene l’incontro con il Dio vivente che in Cristo viene verso di noi, lì nasce e cresce nuovamente anche la risposta, la cui bellezza viene dalla verità stessa». Operiamo e preghiamo dunque perché «il grande dono della musica che proviene dalla tradizione della fede cristiana resti vivo e sia di aiuto perché la forza creativa della fede anche in futuro non si estingua». Abbiamo tutti bisogno della «bellezza della fede». La musica ne è una parte essenziale.